La historia del vestido rosa. Un caso real

Muy buenas Teteros y Cafeínas! Parece que la moda del reciclaje ha llegado para quedarse. Y como muestra tenemos esas maravillosas bolsas que con tanto cariño hice el verano pasado (y que se han agotado). En cualquier caso, en esto de reciclar y dar una segunda vida a lo que ya no se usa, he tenido una buena maestra: mi suegra, mi Carmen.

Siempre encuentra usos para cosas que tu solo usas una vez. Por ejemplo: el papel de la carnicería. Ella separa el plástico del papel. El plástico, lo usa para guardar lo que ha comprado tanto en el frigo como en el congelador. El papel, lo usa para echar el pan rallado o la harina si va a rebozar unos filetes o para tapar o envolver el plato donde me trae a casa algo que haya preparado en la suya (uhmmm esa maravillosa masa de croquetas o leche frita…)

Bueno que me despisto. Mi queridísima Carmen es la reina indiscutible del reciclaje.

Mi marido siempre me cuenta la historia del vestido rosa. Un vestido que fue para una boda y terminó teniendo muchas vidas a lo largo de mas de 30 años.

La historia comienza así:

Hace muchos años fueron invitados a una boda y, para tan magno acontecimiento, decidió que una modista le hiciera un vestido. No era como ahora que me compro un vestido, lo uso, lo meto en el armario y me olvido de él, no.

Se buscaba que fuera práctico: que fuera lo suficientemente elegante para una boda y lo suficientemente normal como para ser la “ropa de los domingos”. Y así fue.

Un vestido que llevó durante mucho tiempo…

Hasta que ya no se lo pudo poner ¿Qué hacer con él? Fácil. En la época de mi suegra (que va a cumplir 93 primaveras) raro era la mujer que no sabia coser. Así que cogió las tijeras y sin ningún miedo convirtió el vestido en una falda. Con los restos de tela, hizo trapos para limpiar (recordemos que entonces no se compraban esas bayetas amarillas que ahora todos tenemos en casa).

La falda tuvo sus días de vino y rosas… pero el tiempo pasa para todos y esa falda también llegó al final de su vida útil.

¿Pensáis que se deshizo de ella?

Pues no. Volvió a coger sus maravillosas tijeras y se hizo… ¡¡¡¡Un delantal!!!!. Delantal que yo le he conocido, con sus bolsillos y su volante. Un delantal que vivió mucho y terminó convertido en trapos para limpiar que aún hoy vagan por casa de Carmen.

Como puedes ver todos los objetos tienen más vidas que las que pensamos. El bote de las aceitunas me pude servir para guardar el café. O la bandeja que me han puesto en la carnicería, para congelar esas maravillosas croquetas…

En fin, que este es uno de los motivos por los que te servimos la compra en tus propios recipientes si así lo prefieres. No será mucho, pero granito a granito…

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